SITUACIÓN DE LA DIRECTIVA ACERCA DEL “CUIDADO DE SÍ”: AMENAZAS Y DESLIZAMIENTOS.

Enrique Puchet

Resumen


“Supongo que me dijeras: ‘No sé si razonas bien o mal..., y que yo me impaciente y te conteste: ‘Hay una ocupación más urgente (cuidar de su alma)’... Pues, ¡esa es la razón para empezar por la Lógica!” (Epicteto, Conversaciones, I, xvii).-

 

  1. La tesis de estas Notas puede formularse así: Tan valiosa como es, la práctica del cuidado de sí, en la que es posible ver un retorno, en términos más persuasivos, a viejos modos de pensar en educación (filosofías de la Persona, abordajes que han partido de la unicidad de la existencia, atención a la esfera de las cualidades y de los valores...: ello establece cierta continuidad con lo actual), corre el riesgo de resultar desvirtuada en tanto congrega un haz de ideas que fácilmente se desequilibra o se bloquea en la superfluidad.
  2. Aquí se considerarán algunas de esas posibles amenazas: nos consta que han circulado y circulan entre nosotros, ya sea declaradamente o en forma de tentación incipiente. Quede claro que no se está pensando que el “cuidado de sí” carezca de sustancia propia. Es sólo que las nociones (sobre todo, si son complejas) no son en sí unívocas y susceptibles de ser puestas “en obra” nada más que porque se las enuncie en términos generalmente aceptables. Se tendrá en cuenta, asimismo, que en estas páginas no se presume que los materiales aportados para ilustrar la tesis exhiban únicamente las implicaciones que aquí se les señalan. Quedan abiertos a que se les indiquen otras derivaciones, inclusive contrarias a las asumidas. Leer el pasaje del que es parte nuestro acápite (Epicteto, Conversaciones, I, xvii), y otros concordantes, es desde ya recomendado, en la medida en que el Estoicismo antiguo es una de las fuentes más seguras del tema que encaramos (la referencia a Sócrates es allí sumamente significativa).

I. (Escuelas de Filosofía)

      No es poco lo que nos enseñan en esto los tipos de organización de investigadores en la Antigüedad, clásica y posclásica. Junto al sistema escolar público, normalizado y vuelto rígido en el período helenístico, aparecen las Escuelas filosóficas, comunidades de vida y de estudio al amparo de una inspiración magistral: platónicos (académicos), aristotélicos, estoicos, epicúreos (y no agota la cuenta).

      Una consideración pertinente para nuestros fines las distinguiría según el grado en que acentúen el factor que llamaríamos objetivo, -cultivar el saber como conocimiento en avance (investigación, en sentido análogo a las instituciones modernas). Visto así, es habitual destacar el estilo adoptado por los peripatéticos (seguidores de Aristóteles), en quienes impresiona la similitud con lo actual (informarse más y más al respecto contribuirá a entender mejor de qué se trata).

En este punto es que hay que prevenir sobre una propensión fácil. Si la directiva del cuidado de sí como orientación vital y educativa lleva a “optar” por las comunidades de tipo estoico o epicúreo oponiéndolas a la de estilo peripatético, y hacer de aquellas (y afines) las depositarias exclusivas de la “espiritualidad” (idea, esta, siempre repensable), eso nos expone a sacrificar lo que una convivencia centrada en lo  moral recibe de otra centrada en saberes positivos (campos que investigar), la cual responde a un móvil cardinalmente humano: el “deseo natural” de conocer. Proyectarse cognoscitivamente sobre el mundo, sobre lo que circunda al hombre, importa a éste y le habla desde la objetividad. Tildar a esto de reduccionismo positivista es prejuicioso. El cuidado de sí se empobrece si se lo confina a un reducto determinado, si se lo supone consagrado a una contemplación a la que se accede abriendo “puertas interiores”.

 

I.1. Una animada imagen de las instituciones de la antigüedad la proporciona Gilbert Murray, en La religión griega (1912). Al poner de relieve el par Investigación/Sabiduría, leído hoy, creemos que apunta, no a endurecer la oposición, sino a cerrar la brecha entre una y otra modalidades. Es lo que cabe en un proyecto pedagógico en tiempos de incertidumbre. Lo que necesitamos, a la luz de la experiencia histórica, -parece haber existido un desencuentro de más de dos milenios,- es multiplicar los recursos, no reducirlos. Escribía Murray:

 

“Sólo en una gran escuela sigue floreciendo la verdadera sofrosine griega, una escuela cuya modestia de pretensiones y humildad de lenguaje contrastan curiosamente con los éxtasis arrobadores de los estoicos y cínicos y, también, como hemos visto, de los epicúreos, así como su inmensa riqueza de obra científica contrasta con la relativa esterilidad de éstos. El Pórtico y el Jardín ofrecían nuevas religiones para levantar del polvo a hombres y mujeres de espíritu quebrantado. Aristóteles, en su paseo público o peripatos, trajo la filosofía y la ciencia y la literatura para guiar los pies e interesar el ingenio de quienes miraban aún firmemente la vida y hacían lo posible por verla en su integridad. (...) Se le menciona aquí como ejemplo de esa cualidad característica del helenismo de la que el resto de este libro registra una declinación.

 

Cierta variante de un cuento bien conocido refiere cómo un filósofo, después de frecuentar la escuela peripatética, marchó a escuchar a Crisipo, el estoico, y quedó extático: ‘Era como pasar de los hombres a los dioses’. Era verdaderamente pasar de los griegos a los semitas, de la filosofía a la religión, de una escuela de afirmaciones muy sobrias y gran realización, a otra cuyas afirmaciones deslumbraban a la razón. ‘Venid a mi –exclama el estoico- todos los que estáis bajo el tormento o la ilusión; os mostraré la verdad, y el mundo nunca más volverá a afligiros’. Aristóteles no pretendía tal cosa...

 

“Era la suya una escuela que tomaba el mundo existente y procuraba comprenderlo en vez de inventar alguna intensa doctrina extática que lo transformara o redujera a nada. (...) Uno observa también que en esa única escuela se supone naturalmente que la investigación ha de continuar y que ésta probablemente corregirá así como aumentará nuestro saber, y que cuando ocurren tales correcciones o diferencias de opinión no se considera que se cometa una herejía, Etc. “  (Op.Cit., Cap. II: “Las grandes escuelas del siglo IV”; ed. Nova, Arg., 1956. Ver también W. Jaeger, Aristóteles /1923/, Cap. XIII: “La organización de la ciencia”; Méx., FCE, 1946).

 

Se diría que “la otra” filosofía, a la que erróneamente tenemos tendencia a privar de relevancia humana, sirve para recordar, a la orientación que apunta al cuidado de sí, la necesidad de atender a los asuntos comunes de la vida y el actuar en ella, en tanto son cometidos propios de seres que no revisten la condición divina.

 

II. (Cosmología y espíritu)

 

            Puede que haya un malentendido en el viejo hábito de contraponer espíritu y mundo. En el plano de la educación, hay que estar alerta a la posibilidad de que el cuidar de sí, flojamente entendido, refuerce aquella incomprensión y, de rechazo, empobrezca la preocupación misma reduciéndola a un lugar de negativas inconciliables.

 

            Una tradición cuyos orígenes son imprecisos nos inclina a resistir la inclusión, bajo la rúbrica de la “espiritualidad”, las orientaciones –sean vulgares o científicas- dirigidas a “cosas”, las cuales, por lo tanto, se someten  a criterios de lógica, verificación, probabilidad, etc. Con esto nos salteamos que van allí implícitas presupuestos de racionalidad que, ignorados, nos dejan con una interpretación poco vital de “espíritu”. Subyace en esto un asunto de cultura colectiva que nos desborda. Todo lo que atañe a la ciencia moderna, con su matematismo y su sesgo tecnicista (Descartes sería su representante ejemplar), recibe fácilmente un desprecio larvado en cuanto aparece no teniendo que ver con ninguna honda exigencia de formación, sea esta individual o social. Tal actitud conduce a la extravagancia de hacer creer que no dice nada que merezca llamarse espiritualidad la postura de los modernos contra el principio de autoridad. No habría hablado un Galileo dotado de espíritu al declarar: “En cuanto a las opiniones que no son directamente artículos de fe, nadie duda de que S. Santidad tiene siempre la facultad de admitirlas o condenarlas. Pero no está en el poder de criatura alguna el hacer que sean verdaderas o falsas...”.

 

            Como cuestión que importa a la educación, deberíamos hacer lugar a la grandeza del propósito de quienes se encaminaban a una nueva visión del universo. Apreciarla no puede ser tarea exclusiva de divulgadores, a los que demasiado rápidamente tachamos de “ingenuos”. Uno de ellos nos transmite el descontento genial de Copérnico (1543), en el que es imposible no ver un sujeto (no un artefacto) que se debate en búsquedas que han sido decisivas para la comprensión de la conciencia moderna general:

 

            “Cuando consideré largamente esta incertidumbre de las matemáticas tradicionales, me sentí fastidiado de que no existiese entre los filósofos una explicación más definitiva del movimiento de la máquina del mundo, puesta s nuestra disposición por el mejor y más sistemático constructor de todos. Me propuse verificar si alguno de ellos había conjeturado alguna vez que el movimiento de la esfera del Universo era otro que el que se le suponía y enseñaban los matemáticos en las escuelas. Lo primero que hallé fue que, de acuerdo con Cicerón, Niceto pensaba que la tierra se movía.(...) Cuando hube concebido esa posibilidad, empecé yo mismo a meditar sobre la movilidad de la Tierra. Y aunque la opinión parecía absurda, con todo, conociendo la libertad que se les había acordado a otros antes que a mí para imaginar toda clase de círculos como se les venía en ganas para explicar el fenómeno de las estrellas,pensé que se me permitiría también el imaginar que, teniendo movimiento la tierra, podrían hallarse demostraciones más claras que las de los demás con respecto a la revolución de la esfera celeste. Etc.”

 

            Si nos ocurre pensar que esta declaración no constituye un testimonio de la “aventura de ideas” que modeló el espíritu de la modernidad, es entonces que nos estamos haciendo un concepto del espíritu seriamente empobrecido, difícil de sustentar en plan de apuntar a desarrollos fecundos.

 

III. (El horror a las formas)

(“no permitir institucionalizaciones...”: reflexión estudiantil, 2008).

 

            En vista de lo que nos interesa aclarar en este esquema, existe una variante de lo que podríamos llamar “abuso del principio de personalidad”, y no es seguro que se haya extinguido.

 

            Se la encontraba, por ejemplo, años atrás, en el ensayista francés G. Gusdorf (¿Por qué profesores? Para una pedagogía de la Pedagogía, de 1963). Este tipo de discurso reaparece cada vez que el abuso opuesto, el que insiste en mecanismos y regimentación burocráticos, provoca fatiga del orden establecido: involuntariamente, se evoca la falsa oposición analizada por Vaz Ferreira.

 

            “Personalismo de cátedra”, es una denominación que le cuadra. En la selección que ofrecemos, se notará que el autor exagera (exaspera) la oposición Técnica/Persona; que pasa por alto las condiciones infraestructurales y el fenómeno de la masificación. Adopta una postura a-(o anti-) institucional. Valdría la pena determinar el radio de su difusión.

 

a)      “Más allá de la reflexión sobre vías y medios de enseñanza especializada, existe la posibilidad de otra investigación, la cual sería, como pedagogía de la pedagogía, la investigación de los procedimientos secretos por los cuales, fuera de todo contenido particular, se lleva a cabo la edificación de una personalidad y se juega su destino”.

b)      (¿Reminiscencia platónica?) “Nadie puede enseñar ni aprender nada”; “la civilización escolar en toda su extensión aparece como un gigantesco espejismo”.

c)      (Las instituciones, superfluas) “La construcción de una vida personal no coincide, evidentemente, con el certificado de estudios, el bachillerato, un título de ingeniero... La historia de un hombre se resume finalmente en la experiencia de ese hombre, lo que él ha hecho de su vida, la apuesta que le ha sido confiada”.

d)      (¿Un sócrato-hinduísmo?) “El maestro prescinde de toda especialización y de todo profesorado. Su influencia se ejerce como un llamado de ser, como una interpelación dirigida a cada individualidad singular. (...) Enseñanza sin programa, profesor sin clase ni paga, Sócrates se limitaba a lo esencial: era maestro de humanidad”. “La sabiduría tradicional de la India era una sabiduría a pleno aire; no se trataba de rascacielos, y no existía el instrumental pedagógico”.

 

IV. (Deslizamiento como para alarmar)

 

Se dan asimismo planteos, inclusive populares, que a base de un altisonante llamado a la pureza interior y a la autoposesión, (¿en quién no provoca una disposición favorable?), se deslizan luego al terreno de lo que no podemos si no llamar fanatismo. Ocurre esta progresión insensible: ‘Busca lo esencial, lo que no perece’ – ‘Obra a favor de lo que has comprendido como incomparable’ – ‘sé irreprochable en cuanto a celo que aniquila la heterodoxia’... Lo que finalmente se tiene es la justificación del combatir con saña a herejes y, seguramente también a indiferentes. La conclusión es el fundamentalismo.

 

 La vestidura religiosa contribuye a tornar rígido el mandato, y su omisión, indisculpable. Alguien (con mayúsculas) me apela con autoridad tal, que mi respuesta no puede ser sino la obediencia rendida.

 

Del ejemplo que enfocaremos no afirmamos sea generalizable para todo tiempo, ni que represente cabalmente la confesión a que dice responder. En un pequeño volumen publicado por cuenta de la Asamblea Espiritual Naacional de los Baha’is de Sud América (Las palabras ocultas del Bahá U’lláh, 1956), se deja ver este alarmante paso de la pureza a la fiereza, y el medio académico no debiera desentenderse de estos expresivos documentos que alcanzan importante difusión.

 

Siguen fragmentos de esta suerte de breviario en los que se percibirá el crescendo sobre el que pretendemos prevenir.

 

-“Mi primer consejo es este: Posee un corazón puro, amable y radiante, para que sea tuya una soberanía antigua, imperecedera y sempiterna”.

 

-“He grabado en ti Mi imagen y te He revelado Mi belleza. Amé tu creación, por esto te He creado. Por lo tanto, Amame, y pronunciaré tu nombre y llenaré tu alma del espíritu de vida”.

 

-“Si me amas, olvídate de ti mismo. Si quieres Mi agrado, no consideres el tuyo. Así tu morirás en Mí y Yo viviré en Ti eternamente”.

 

-“Para ti no habrá paz si no renuncias a ti mismo y te vuelves a Mi... puesto que quiero ser amado solo y por sobre todo lo que existe. De la esencia de la sabiduría te He dado la existencia: ¿por qué buscas el conocimiento fuera de Mi? Solamente Yo puedo bastarte.

 

-“Mi derecho sobre ti es el más grande, no has de olvidarlo. No violes tus límites, ni reclames lo que no te conviene. Prostérnate ante la faz de tu Dios, Señor de la fuerza y el poder”.

 

-“¿Qué ha causado tu desvío de Nuestro deseo para buscar el tuyo propio? Considera y reflexiona: ¿Es tu deseo morir en tu lecho, o dar tu vida y derramar tu sangre sobre el polvo, mártir en Mi camino, convirtiéndote así en la manifestación de Mi mandamiento y el revelador de Mi luz en el más alto paraíso? Juzga bien, ¿oh, siervo!”

-“¡Por Mi belleza! Teñir tus cabellos con tu propia sangre es ante Mi Vista más (importante) aún que la creación del universo y la luz de ambos mundos. Procura, entonces, ¡Oh, siervo!, en lograrlo”.

 

-“Existe un signo para cada cosa. El signo del amor es la firmeza en ampliar Mis mandatos y la Paciencia en mis pruebas.”

“Si has puesto tu corazón en este dominio imperecedero, eterno, y en esta remota, sempiterna vida, abandona este mundo mortal y fugaz.

“Cada uno debe mostrar hechos puros y santos...” Etc.

 

En la tradición occidental, es oportuno contrastar lo anterior con la descripción, debida a Plutarco (Vidas paralelas), del ascendiente que Sócrates tenía sobre Alcibíades; en este testimonio, la clave del socratismo radica en inducir argumentativamente al autodominio:

 

“Como el hierro, ablandado por el fuego, después con el frío vuelve a comprimirse y sus partes se aprietan entre sí, de la misma manera cuántas veces Alcibíades, disipado por el lujo y la vanidad, volvía a las manos de Sócrates, conteniéndole éste y refrenándole, con sus razones, le hacía sumiso y moderado, reconociendo que estaba todavía muy falto y atrasado en la virtud”. (trad. A. Ranz Romanillos).

 

V. ¿Qué concluir, por ahora? Por de pronto, prevenir contra algo en apariencia inofensivo y sólo retórico: las exageraciones, que omiten grados.

 

            La directiva del cuidado de sí tiene a su vez que cuidarse de adoptar consignas exclusivistas, en suma ego-centradas, por el estilo de : ‘en verdad, se trata del conocimiento (o de la ciencia, o de la competencia técnica, o de rutina diaria), y no de mí; de requerimientos para conducirse socialmente, y no de mí; de procura de la claridad intelectual, o de un orden institucional de convivencia, y no de mí, etc. Si el llamado a cuidar de sí ha de traducirse en efectividad, en posibilidad de intervenciones, -sobre todo en el área educativa,- es preciso que sea escuchado como recuerdo persistente de que, a través de aquellos desempeños, -los del conocer, el obrar, el pensar- alguien, no Alguien sobreagregado, está presente en las acciones emprendidas: modelador y modelado, ni abstinente, ni dotado de omnipoder.

 

 

Prof. Adj. Enrique Puchet

Área de Ciencias de la Educación.

Dpto. de Historia y Filosofía de la Educación.

Diciembre de 2008

 

 

 

 

 

 




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FERMENTARIO - Departamento de Historia y Filosofí­a de la Educación. Instituto de Educación. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad de la República. Uruguay. ISSN 1688-6151

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