“La inquietud de sí” en el pensamiento de J. E. Rodó: una luz para aprender a envejecer.

Susana Maya

Resumen



Introducción

El interés por el desarrollo de nuestro tema, aunque de manera muy acotada, se debe a que la población uruguaya, por diversas causas, acusa una tendencia al envejecimiento.

Repensarnos a nosotros mismos es repensar a la actualidad. Para explicar el presente hay que ir hacia el pasado, buscando discursos negados y sujetos que no fueron visualizados, con el propósito que el sujeto moderno se logre construir consigo mismo, en una determinada relación.

  Nos proponemos considerar si las cosas pueden ser pensadas desde otras posturas, desde otras miradas. No se trata de cambiar la realidad, sino el punto de vista sobre ella.

  No basta que la educación cultive los saberes, hay que aprender a cultivar el alma. En la medida que vemos que hay otras formas, se podría desujetar al sujeto sujetado y para ello, la persona deberá desaprender, deshacerse de hábitos y creencias anteriores.

  Se deberá luchar constantemente contra lo que conduce a la intranquilidad del alma y procurar ver horizontes más luminosos; para alcanzar estos logros será necesaria la relación con el otro, como puede ser la relación maestro-discípulo.

  Construir la subjetividad desde la “Filosofía de la Vida” presentada por José Enrique Rodó, que lleva implícita “la inquietud de sí” podría ser una propuesta emancipatoria para el arte de vivir, pero sobre todo para aprender a envejecer.

Punto de partida

Mirar hacia el pasado, y procurar rescatarlo, en palabras de la Dra. Andrea Díaz “… no es una evocación de lo perdido, sino una re-presentación, una recuperación, una re-vivencia. Sin la historicidad no habría pluralidad de ideas de ser humano. (…) El ser humano ha sentido la necesidad, y esto también es histórico, de tener una idea de sí mismo y esa idea fluye con él. (Díaz Genis, 2004: 25).

Ocuparse de sí era una vieja tendencia griega. La cuestión del conocimiento por sí mismo fue planteada en el precepto délfico del gnothi seauton, es decir “conócete a ti mismo”. Michel Foucault nos dice en su obra “La hermenéutica del sujeto”: según “…la historia del pensamiento occidental todo nos indica que el gnothi seauton es sin duda la fórmula fundadora de la cuestión de las relaciones entre sujeto y verdad…” (Foucault; 1982:17). No obstante, existió otra expresión griega, la de epimeleia heautou que se traduce como “la inquietud de sí mismo” y que sesgó la filosofía griega, helenística y romana desde el siglo V A.C. al siglo V D.C. 

    Esta noción de ocuparse de sí mismo o preocuparse por sí mismo desde la mirada foucaultiana tuvo una “…evolución milenaria que llevó desde las formas primeras de actitud filosófica, tal como la vemos aparecer entre los griegos, hasta las formas primeras del ascetismo cristiano”. (Foucault, 1982: 29).

Pero ¿qué relaciones existen entre el gnothi seauton y la epimeleia heautou?

Muchas interpretaciones se dieron al respecto, pero lo que sí se sabe es que cuando emerge al ámbito del pensamiento filosófico, lo realiza a través de Sócrates que tiene la tarea de “incitar a los otros a ocuparse de sí mismos, a cuidar de sí mismos y no ignorarse”. (Faucault; 1982:20).

La inquietud de sí tiene que ver con un despertar, con salir de un sueño y así dejar penetrar esa luz emancipadora.

En la Grecia clásica la noción de la inquietud de sí se advierte en Platón. En su obra Alcibíades, por ejemplo, aparece Sócrates aconsejando a este bello joven a que aproveche su juventud para ocuparse de sí, con el fin de gobernar la ciudad.

Más tarde, en el ámbito romano con los estoicos, el cura sui será medular, al igual que con los epicúreos que entienden que “… todo hombre debe ocuparse día y noche y a lo largo de toda su vida de su propia alma.” (Foucault, 1982: 24);  encontrando también esta epimeleia heautou en el cristianismo (Cantar de los Cantares y Bienaventuranzas) y en la espiritualidad alejandrina.  

Pero, ¿qué ocurrió para que esta forma de entender filosofía, que mejora al sujeto, se perdiera con el tiempo?

En nuestros días, en la cúspide está el saber y no el cuidado de sí. Ante este hecho Foucault habla del “momento cartesiano”. Este autor piensa que a partir de Descartes hubo un quiebre, pero este corte no fue brusco, sino que se produjo una transición paulatina. Este hecho, sin embargo, no ocurrió en Oriente.  Allí no se separó el saber del cuidarse a sí mismo.

Tal vez en esto tiene mucho que ver el positivismo que separó la ética de la ciencia, mientras que en la Grecia clásica, espiritualidad y ciencia no se separan; entendiéndose por espiritualidad todo aquello que tiene valor humano.

Albores del 900

En nuestro país, al llegar el 900, nace una nueva cultura, una nueva forma de pensamiento.

El aporte pedagógico realizado por Rodó contribuyó a abrir las mentes a visiones más flexibles y pluralistas ante el análisis de los problemas.

Se produjo en esta época una significante reflexión que condujo a valorizar a la cultura y a la educación.

El aporte pedagógico de Rodó

Es en esta época y en este escenario nacional antes mencionado, que Rodó se propone superar el positivismo.

Rodó sintió que el pensamiento positivista estaba en decadencia, dejando ver el vació espiritual que causaba su visión científica del universo, su concesión mecanicista y utilitaria de la existencia humana.

Se podría decir que Rodó  hace un esquive al positivismo y comienza a transitar el camino de la metafísica. Se formula interrogantes sobre Dios y la Naturaleza y a esas preguntas las enfrenta con la razón.

Es así como Rodó expone la filosofía de la vida sesgada por el idealismo. La filosofía de la vida es la gran corriente de su tiempo. Exhorta al alma a la búsqueda de su destino, al conocimiento de sí mismo, a través de la acción y la voluntad. El lema rodoniano es “renovarse es vivir” y esto es aplicable a la vida toda, inclusive a la vejez. Todo esto está ligado a normas de acción para la vida y se relaciona con el tema existencialista de la vocación, porque se vincula con el tópico de llevar una vida auténtica.

El ideal es el valor por el cual el hombre se mueve y Rodó exige que se trascienda la realidad mejorándola por medios ideales.

Esta filosofía de la vida es semejante a una luz que hace desvanecer sombras  y penumbras alojadas en el interior de los seres humanos y que ilumina el alma de aquel que la practique. En la filosofía rodoniana la influencia del legado de la Grecia clásica está presente y por lo tanto la inquietud de sí.

Esta sabia filosofía no nos hace desconocer la realidad, sino que es presentada como herramienta útil para ayudarnos a convertir una experiencia funesta en algo exitoso, tal como este autor lo manifiesta en su parábola “Mirando jugar a un niño”.

En esa página el autor nos relata que un niño jugaba con una copa de cristal en un hermoso jardín, haciendo desprender de ella un delicado sonido al golpearla con un junco. Pero de pronto, se le ocurrió llenarla de limpia arena y aquel sonido semejante a un trino se volvió en ruido seco. El niño ante el “fracaso de su lira”, buscó en su alrededor una flor reparadora que la introdujo en la arena de la copa y luego la elevó muy alto paseándola triunfante por aquel maravilloso jardín. En otras palabras, volvió su fracaso en éxito, recibiendo nosotros de Rodó fecunda enseñanza, porque muestra claramente cómo el niño utiliza los logoi, es decir discursos, lo esencial, lo que es parte de nuestro cuerpo, aunque no nos demos cuenta que está en nosotros, porque está incorporado, pero que es lo esencial para enfrentar cualquier situación humana por adversa que sea. Podríamos entrecruzar  lo que Rodó nos quiere decir en esta parábola  con la formación atlética del sabio, mencionada por Marco Aurelio. Este estoico sostiene: “El arte de vivir se parece más a la lucha que a la danza, en el sentido de que siempre hay que estar en guardia y de pie contra los golpes que caen sobre nosotros y de improviso”. (Foucault, M., 1982: 308).

Aunque no se mencione explícitamente, la inquietud de sí, se vislumbra en la filosofía de la vida, y podría ser útil para enfrentar ese gran desafío que debe vivir todo ser humano cuando llega a la tercera edad.

El tiempo, ¿es parte de la vida o mito?

Y llegado a este punto nos preguntamos: ¿El tiempo es parte de la vida o mito?

Para muchos el tiempo es parte de la vida y no tenemos más remedio que tolerarlo.

Existen varias posturas para responde esta interrogante. Séneca destaca el aprecio del tiempo. El tiempo es algo que pasa, se deja transcurrir sin valorarlo y sin advertir, desde el punto de vista de este conocido estóico, que cada día morimos un poco.

Desde la antigüedad, el hombre mide el tiempo haciendo uso de relojes y calendarios que él mismo construyó, para mantener cierto orden en el vivir cotidiano.

Sin embargo, desde otra mirada, podría considerarse el tiempo como un mito y no como un factor que regula nuestras vidas y nos tienta a sentirnos confinados, con sensación de vacío o presión abrumadora.

En el lenguaje familiar el concepto de tiempo se relaciona con el de Tercera Edad. Esta idea nos hace creer que somos víctimas de las mudanzas ocasionadas por el pasaje de los años y que lleva implícita la creencia de limitación. Todo ello causa  presión, temor y frustración en el sujeto.

           El concepto de tiempo como medida mortal se esfuma cuando se ilumina con una comprensión más elevada que tenga que ver con medir el tiempo de acuerdo con el bien que se desarrolla. Lord Byron en su poema Manfredo (1816-1817) escribe: “¿Tú piensas que la vida pende sólo del tiempo?  Nuestros actos, esas son nuestras épocas…”. Y Mary Baker Eddy  escritora norteamericana contemporánea, al poeta inglés antes nombrado, en su obra Ciencia y Salud nos dice: “El medir la vida por años solares roba a la juventud y afea a la vejez”. (Baker Eddy ,1991: 246).

¿Avanzar o envejecer?

En nuestros días se habla mucho de la Tercera Edad, principalmente de que al alcanzarla ya no se pueden realizar ciertas actividades y que las oportunidades de progreso  comienzan a menguar. Quien tenga esta creencia y no practique la inquietud de sí se  podría comparar a un cardumen preso en las redes.

            Cuenta un viajero, que ciertos aborígenes de las islas Filipinas colocan sobre el mar troncos de árboles, los cuales quedan flotando sobre la superficie del agua. Al llegar el mediodía, los rayos solares proyectan hacia las profundidades una importante sombra, que en apariencia parece sólida y consistente. Los cardúmenes que nadan por esas aguas quedan detenidos ante esa ilusoria pared. Ese es el momento en el cual los nativos tienden sus redes, para retirarlas más tarde rebosantes de abundante pesca. Los seres humanos que creen que las avenidas del progreso se obstruyen, debido a la ilusoria pared que eleva la vejez, igual que los peces filipinos, se detienen y podrían caer en las redes del desaliento, olvidando ocuparse de sí.

            El cuidado de sí se relaciona con enfrentar la Tercera Edad, como una oportunidad para realizar actividades que quedan pendientes: clubes de abuelos, talleres diversos, ofrecen en la actualidad distintas propuestas educativas y creativas, que facilitan el cuidado de sí al adulto mayor. Es importante tener en cuenta la forma en que nos vemos y desterrar de nosotros el concepto de vejez que lleva implícito decrepitud, limitación, y cambiarlo por el concepto de avanzar, enriquecerse en experiencia y sabiduría, y no en años. La vida comienza todos los días. La vejez o ancianidad es como escalar una gran montaña, mientras se asciende la mirada es más libre, la visión más clara, amplia y serena. La educación permanente permite al sujeto crecer en conocimiento y desarrollarse para lograr su plenitud. Así como el árbol viejo no da hojas viejas, el adulto mayor es capaz de alcanzar nuevas realizaciones que le ayuden a experimentar satisfacción, alegría, felicidad, en fin, la paz del alma.

            Cada edad de la vida  es algo nuevo para nosotros y aunque tengamos un centenar de años, aún nos aqueja la inexperiencia. Saber envejecer, es decir, avanzar, es obra de la educación.

            La Tercera Edad es la fase de la plenitud porque en ella, según el Dr. Colombino “… la madurez es una manifestación de la integridad (…) El premio a todos los afanes, es el oasis del peregrino.” (Flores Colombino, 1988: 34). Si nos sentimos cual fatigados caminantes, hagamos un alto para beber el bálsamo espiritual y renovador que nos ofrece la filosofía de la vida de Rodó. Busquemos la paz, tengamos un momento de reflexión, de encuentro con nosotros mismos y tal vez  desde lo ancestral, escuchemos la voz del estoico Epicteto que nos dice: “Ya no eres un muchacho sino un hombre plenamente adulto. Si ahora te descuidas y emperezas, y siempre vas cambiando de propósitos y fijando unas y otras fechas a partir de las cuales te ocuparás de ti, ni te darás cuenta de que no progresas, sino que seguirás siendo un vulgar ignorante al vivir y al morir.” (Epicteto, 1991: 109). La propuesta es avanzar y no envejecer que significa anquilosarse, detenerse, esperar tristemente… sino que por el contrario debemos esforzarnos y ser valientes; asirnos del enkheiridion, de ese enquiridión que bien podría ser la flor reparadora, que el niño de la parábola rodoniana paseó alta y triunfante por todo el jardín, practicando sabia filosofía: la filosofía de la vida que es una luz para aprender a caminar en la Tercera Edad.  

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FERMENTARIO - Departamento de Historia y Filosofí­a de la Educación. Instituto de Educación. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad de la República. Uruguay. ISSN 1688-6151

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