Hacia una educación para conocer, conocerse y cuidar de sí.

María Cristina González, Adriana De los Santos

Resumen


Aún hoy, alejándonos de los primeros albores del siglo XXI –ya hemos transitado casi la primera década –, la filosofía antigua continúa enseñándonos qué significa realmente conocer. Una y otra vez realizamos esos viajes desde y hacia el saber antiguo, al griego en particular, para intentar entender ese concepto que es inherente al ser, pero que a la vez se da cita con nosotros permanentemente como una entelequia a desmenuzar. Los Diálogos de Platón siguen invitándonos a la reflexión en torno al conocimiento, más finamente en torno al saber. La sophrosyne ha sido desde tiempos anteriores a Sócrates motivo de ocupación de todo aquél que estuviera comprometido con la formación de los ciudadanos de la polis. Es ella la que hoy nos convoca nuevamente y hacia ella intentaremos direccionar, por unos momentos, este breve ensayo.

Precisamente en el diálogo Cármides por ejemplo, se discute sobre la virtud que los griegos llamaron sophrosyne término traducido por el autor que consultamos[1] como sabiduría, prudencia o buen sentido. Otros autores traducen el término al español como cordura, sensatez,  moderación, modestia o templanza. Luego, la palabra griega sophron es traducida como de sano juicio, sensato, sabio. La sophrosyne como virtud equivalía a “toda una gama de cualidades intelectuales y morales que pueden darse y se dan, de hecho, en las almas superiores y en aquellos individuos dueños y maestros de sí”[2]. En el diálogo Cármides, que tiene un final aparentemente negativo, Sócrates afirma refiriéndose a Cármides que “la verdadera causa de la felicidad no es ni puede ser otra que la sabiduría”[3] En la parte medular del diálogo, en su primer intento por definirla, Cármides afirmó que “la sabiduría consistía en demostrar en todo cuanto se hace una tranquila dignidad. (…) En una palabra –añadió – creo que la sabiduría consiste en la mesura, en la falta de precipitación.” (pp. 214-215). Luego, en su segundo intento, ensaya una nueva definición de sabiduría, la cual resulta también fallida tras la réplica de Sócrates: “(…) la sabiduría es un algo que nos hace avergonzarnos de ciertas cosas y que vuelve el alma sensible a la vergüenza.” Un tercer intento de Cármides desencadenará una fuerte discusión entre Sócrates y Kritias. Afirma Cármides: “(…) la sabiduría consiste, para cada cual en hacer aquello que nos compete.” (p. 217). Al escuchar tal afirmación, Sócrates declara tener sospecha de que ella proceda de algún “docto” como Kritias y desafía a éste a hacerse cargo de ella y defenderla, a lo cuál Kritias consiente. Debaten entonces acerca de la oposición entre trabajo y fabricación (p. 219), acción y creación (p. 220) a lo cual Kritias afirma: “Defino la sabiduría como acción que produce el bien.” Sobre el final se arriba con impotencia a un callejón sin salida, pudiendo ser la Ética aquella ciencia de las ciencias, en el entender de Sócrates:

 “(…) la ciencia que yo busco, la que vale más que las otras, ésta, ¿cuál es?” Kritias: “La del bien y del mal”. Sócrates: “¡Ah, pícaro! Me has hecho dar mil vueltas para confesarme una vez que lo que constituye la felicidad no es ni una vida sabia en general, ni todas las demás ciencias, sino tan solo una, la que tiene por objeto el bien y el mal.” (p. 233)

Detengámonos un instante en este punto del diálogo y preguntémonos: ¿no es acaso el fin último de cualquier sistema educativo formar ciudadanos éticos? Ahora, para lograr coherencia entre ideas y acciones, ¿busca la educación en la actualidad ayudar a crecer al individuo en la dirección de la sabiduría entendida como la sophrosyne griega, es decir, entendiéndola cuando menos como la ciencia del bien y el mal? El abordaje que Michel Foucault realiza en la Hermenéutica del sujeto nos ha convocado a plantearnos si sería posible  satisfacer la necesidad de nuestra sociedad de una educación diferente, una educación que se propusiera restituir la conjunción del gnothi seauton (conócete a ti mismo) con la epimelia heautou (cuidado de sí) a partir del conocer, del cuidarse y del conocerse. Consideramos que estos tres factores podrían brindar al ser una preparación y un crecimiento desde la dignificación de la vida, desde la construcción de un entorno vital con movimiento y acción, desde proyectos para potenciar su autonomía y su libertad. Las comunidades educativas generarían la valoración de la vida como bien propio y como bien común, como un bien que nos pertenece y a su vez se construye, mantiene y fomenta junto a los otros.    

En el mundo griego el GS y le EH convergían;  Foucault alude al clamor de Sócrates por elevar el alma a través de la sabiduría y el cuidado de sí y no únicamente a través de la búsqueda de riquezas, fama y honores; cita a Epicteto refiriéndose a las palabras de Sócrates en la Apología donde expresa:

“seguiré diciendo: Hombre de Atenas [...] ¿no te avergüenzas de afanarte por aumentar tus riquezas todo lo posible, así como tu fama y honores, y, en cambio, no cuidarte ni inquietarte por la sabiduría y la verdad, y porque tu alma sea lo mejor posible? [...] Yendo de aquí para allá, no hago otra cosa que tratar de convenceros, tanto a jóvenes como a viejos, de que no debéis cuidaros de vuestros cuerpos ni de la fortuna antes ni con tanta intensidad como de procurar que vuestra alma sea lo mejor posible.”

 

 Sus convicciones rigieron su vida, condujeron la de quienes se le acercaron y continúan vigentes desde su invitación a que seamos mejores cada día. Fue la coherencia entre su hacer y su decir la que generó, y continúa hoy, generando confianza, respeto y admiración.

“Era un hombre de la calle [que] hablaba con todo el mundo mientras recorría mercados, gimnasios, talleres de artesanos, tiendas de comerciantes. Él observa y discute. No se las da de saber muchas cosas. Solamente pregunta, y aquellos a quienes pregunta comienzan a preguntarse entonces sobre sí mismos. Empiezan a ponerse a sí mismos en cuestión, a ellos y a sus maneras de actuar” (Hadot, 2003:301)

Tomando esta manifestación de Hadot como hilo conductor nos atrevemos a afirmar que si desde la formación docente se trabajara –obviamente no con la soprhosine del Maestro de maestros- pero sí desde la necesidad de generar estrategias que tiendan a que todos pongamos en cuestión lo que hacemos, podríamos contribuir a que nuestra alma “sea lo mejor posible.”

A partir de un cambio en nuestras vivencias seguramente nuestro hacer en las aulas estaría impregnado de mayor reflexión y cuidado acerca de nuestras prácticas y nuestros objetivos, este cambio en la educación aparejaría una transformación en cada uno de nosotros, en nuestras vidas con nosotros y con los Otros.

Consideramos de absoluta vigencia la preocupación que Sócrates le manifestaba a Alcibíades al decirle: “pero, vamos a ver, ¿hay algo que consideres más importante que lo justo, lo  bello, lo bueno y lo útil?. Precisamente por esta afirmación es que  nos remitimos a Hadot y coincidimos con él cuando se pregunta: “¿Es la filosofía un lujo? –y continúa expresando:-Lo lujoso es costoso e inútil.[...] ¿Y para qué le servirá realmente `en la vida´ el haber perdido el tiempo en [esos estudios]? En nuestro mundo moderno gobernado por la tecnología científica e industrial, donde todo se evalúa en función de su rentabilidad y del beneficio comercial, ¿para qué puede servir discutir sobre las relaciones entre verdad y subjetividad, lo mediato y lo inmediato, la contingencia y la necesidad o sobre la duda metódica en Descartes? [...] Es precisamente tarea de la filosofía el revelar a los hombres la utilidad de lo inútil o, si se quiere, enseñarles a diferenciar entre dos sentidos diferentes de la palabra utilidad. Algunas cosas son útiles para algún fin concreto, como la  calefacción, la luz eléctrica o los transportes, y otras le son útiles al hombre en tanto que hombre, en tanto que ser pensante. El discurso filosófico es `útil´ en este sentido, aunque puede resultar un lujo si sólo se considera útil lo que sirve a unos fines concretos y materiales.” (Hadot: 300-301)

Pensamos que si en nuestras aulas –cualquiera sea el nivel- comenzara a entrar este discurso desde el hacer, sería posible que se lograra la revaloración del conocimiento, el conocerse y el cuidarse; la escasez por la falta de sentido de los aprendizajes dejaría paso a la riqueza de la búsqueda de sentido a partir de los mismos.

            Conocimiento es sabiduría y sabiduría es felicidad. Si queremos ciudadanos responsables necesariamente tendremos que trabajar a favor de la felicidad y por ende en pos del acercamiento a la sabiduría. La filosofía antigua nos ofrece un caudal inagotable de ese conocimiento profundo que permite a cada ser entenderse con el mundo que lo rodea. También nos guía para ir ayudando a que la sabiduría latente en cada individuo le permita entenderse con su medio en armonía con él, tomando de él lo que éste le ofrece y devolviéndole amorosamente un producto aún mejor.  

Consideramos que si la educación continuara proponiéndose incrementar  los saberes, habilidades y competencias del aprendiente e incorporara con la misma intensidad el fomento de la reflexión acerca del cómo conocer para poder conocerse y cuidarse quizá habría menos patologías, más armonía, menos violencia y una valoración del conocimiento no sólo utilitario sino como una vía para vivir juntos de una mejor manera, “una  buena vida”. Esto sólo sería posible si –como dijimos anteriormente- se implementaran modificaciones en la formación docente que tendieran a ese objetivo.

          Coincidimos con Jean Claude Filloux cuando expresa: “...no es banal enseñar este trabajo sobre uno mismo, que a veces pone en juego el sentido que le damos a la vida y el sentido que los otros le dan a su propia vida. [Se necesita que] los docentes sean sujetos éticos, para que sean concientes de los problemas éticos en el mundo, a su alrededor...en ellos mismos. También [necesitan] una formación psicosociológica para [abordar] lo que pueda suceder en el aula y [...] una formación clínica tratando de iniciarlos...en la transferencia que ocurre en el sentido psicoanalítico del término entre el docente y el alumno [...] una educación para la ética tiene que pasar por una educación clínica que utilice los datos de los psicosociólogos y psiconalistas.” (RIE Nº 46/5- 25 de junio de 2008).

 Las imágenes fluyen, los pensamientos, las palabras, todo ello nos envuelve “constituyendo el objeto pulsional, silencioso, como todo objeto alrededor del cual la pulsión hace su bucle.” (Fernández, A: 2007 cita a Fontaine, 1995, p-9-10). El sólo pensar en la profundización del tema al mismo tiempo que embriaga nuestro intelecto nos transporta hacia el pasado ubicándonos en un presente mejorado y nos lleva a visualizar un mundo futuro más armónico edificado sobre mayor conciencia sobre qué se hace, cómo se hace, para qué  y para quién.

 

Bibliografía

Fernández, A. “Cuerpo, Lenguaje y Enseñanza” ETD- Educaçao Temática Digital, Campinas,, 06/07

Filloux, J.C. “Una educación para formar `sujetos éticos´” RIE- OEI., 25/06/08.

Foucault, M. La Hermenéutica del Sujeto. Bs.As.: Fondo de Cultura Económica Arg., S.A., 2001.

Foucault, M. Historia de la Sexualidad 3- La inquietud de Si. Bs.As.: Siglo XXI.

Hadot. P. Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Madrid. Editorial Siruela. 2006.

Platón. Diálogos. Madrid: Ediciones Ibéricas, 1962.

 

 

 

 

 


[1] Tr. Juan Bergua.

[2] Platón. Diálogos. Ediciones Ibéricas. Madrid, 1962. p. 207.

[3] Ibídem.




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FERMENTARIO - Departamento de Historia y Filosofí­a de la Educación. Instituto de Educación. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad de la República. Uruguay. ISSN 1688-6151

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